Después de pasar por innumerables dificultades, penurias y sacrificios me hallaba finalmente frente a él, el tristemente célebre «espejo maldito». Debo reconocer que no era como me lo imaginaba. Según las historias que habían llegado a mis oídos tenía calaveras, estaba grabado con sangre,… y una larga retahíla de tópicos del imaginario gótico-fantástico. Nada más lejos de la realidad.
Era un espejo sobrio, con la parte inferior acabada en esquinas y la superior en semicírculo (como la forma de algunas ventanas y puertas típicas de las casas de campo). Era grande, eso sí, de cuerpo entero. Y antiguo, muy antiguo. El viejo color dorado del marco estaba profundamente desgastado pero todavía guardaba el recuerdo de su antiguo esplendor, de esa manera que enamora a coleccionistas y restauradores.
Después del consabido pago ritual, la dueña me había guiado (con los ojos vendados) hasta donde estaba ubicado, en una pequeña sala remota de su enorme mansión, a la que solo sabía acceder ella misma. Descansaba sobre una base de madera que parecía más antigua que el propio espejo.
Antes de quitarme la venda me había vuelto a repetir las consabidas advertencias con el tono lúgubre que la caracterizaba: «Muchos de los que lo han visto se han vuelto locos, la mayoría no han vuelto a ser los mismos, otros tantos se han quitado la vida, y solo unos pocos, muy pocos, han conseguido sobreponerse a la experiencia y volver a sus vidas con el <<regalo>> del espejo con ellos.» Y me había preguntado por última vez: «¿Estás segura que quieres hacerlo? Todavía puedes echarte atrás.»
Después de una larga inspiración para coger fuerzas le había contestado: «Sí, estoy segura.» Y ahora me encontraba frente a la inquisitiva mirada del cristal pulido, con una extraña mezcla de calma, determinación, esperanza… y terror.
Continuará…
Imagen extraída de: http://www.anticuarium.es/arte-y-decoracion/espejos-antiguos/espejo-antiguo-frances-policromado-dorado-y-decape